domingo, 3 de enero de 2010

CERVEZAS DAMM Y TU BISABUELA


CERVEZAS DAMM Y TU BISABUELA

No te extrañe querido hijo, lo que te voy a comentar sobre tu bisabuela. Pero ordenando, recomponiendo, clasificando, documentos y fotografías de la familia, he encontrado los de tu bisabuela por parte de mi madre. Fue una gran mujer, luchadora como ninguna y con una personalidad equilibrada a pesar de los golpes que le proporcionó el destino. Soy testigo, cuando se levantaba a las cuatro de la mañana para realizar las tareas de limpieza de los almacenes “El Siglo,” que estaban situados en las Ramblas de Barcelona; éste almacén sufrió un devastador incendio, y se volvieron instalar en la calle Pelai. En aquella época, el centro comercial de Barcelona lo formaban los almacenes El Siglo, El Águila y el Sepu.

Tu bisabuela trabajaba en estos almacenes de limpiadora y una vez que terminaba se iba corriendo a completar su labor al Instituto Jaime Balmes. Así, a lo largo de toda su vida, sin fallar ni un día de su existencia. Viuda de muy joven, y sola con su trabajo, mantuvo sus tres hijos sin ayuda de ningún varón, el cuarto hijo, murió en el Clínico después de una operación de apendicitis... No fue una vida fácil, pero supo salir adelante.

Su nombre completo era: Francisca de Paula Concepción Magdalena Roda. Tal rosario de nombres era un hecho usual en aquel período, para determinar que eran niños que pertenecían o habían pertenecido a un hospicio-orfanato. En otras palabras, los niños abandonados por sus padres, se les ponía varios nombres del santoral y sin apellido paterno.

No es en realidad que no tuvieran padre, o madre. El milagro hasta este extremo solo hubo uno en este mundo si nos referimos a la Santa Concepción de la Virgen María. Pero, en el caso de mi abuela, tu bisabuela, mi querido hijo Jordi, los hijos, como sucede siempre, sufrió el vilipendio y el estigma de una sociedad hipócritamente puritana.

Había que salvar la imagen y la cobardía de uno de los tres hermanos propietarios de las Cervezas Damm, la que dominaba y aún domina, la cerveza en Cataluña, con una dama de alta alcurnia.

En aquella fábrica de cervezas trabajó, por mas de cuarenta años, su hijo Alfredo, para mitigar quizás, un poco la mala conciencia de los propietarios- herederos de la Damm. Después de estos cuarenta o más años, se jubiló, mi tío Alfredo, y como recompensa a su labor fue obsequiado con un reloj chapado de oro alemán, lo que hoy encontrarías en cualquier mercadillo por tres €uros.

Mi abuela, de haberlo tenido todo o mejor dicho, de haberlo podido tenerlo todo, pasó a limpiar almacenes e institutos, simplemente, porqué sus padres ocultaron sus amoríos, los amoríos de una falsa dama y un falso caballero.

Recuerdo la pobre mujer, que a pesar de los golpes que le dio la vida siempre tenía una sonrisa para los demás. Recordaba con cariño a su marido, recordaba lo bueno de la vida, recordaba pequeñas anécdotas que le había sucedido. Tenía en mente la muerte de su hija con veinte años, la iba a visitar todos los meses en el cementerio de San Andréu, le cambiaba las flores, limpiaba y rezaba en silencio. No la vi nunca llorar. Guardó los secretos de su vida en su corazón. Una vez enviudó, se casó con el silencio, se casó con la soledad, esta soledad que a todos nos llega, habían pactado para siempre y poder seguir el camino que nos traza el destino y al que nadie escapa.

De vez en cuando me llevaba de paseo al rompeolas, mientras cruzábamos el puerto, con una pequeña golondrina y unos muchachos sumergidos en el agua, recogían durante nuestro trayecto, las monedas que les echaba la gente. Los mas diestros lo hacían con la boca, otros hacían cabriolas como los delfines. Hoy, las aguas del puerto de Barcelona... ya no son las mismas, ni las golondrinas... ni tantas otras cosas que desaparecen. A la vuelta, unos tenderetes ambulantes nos ofrecían cortes de sandía, para mitigar nuestras secas gargantas del caluroso agosto.

Retengo imágenes de mi abuela. Sus conversaciones con las vecinas aquejadas siempre y amargadas de su destino, del trabajo, de la vida familiar, de sus maridos... criticonas y descontentas, con sus sueños incumplidos como nos pasa a toda la gente. Ella decía que, menos dormir y que se pusieran a trabajar, que no había que vivir de los hombres y pasarse el día para dejarlos calvos y criticarlos siempre. Quien más o menos, como ahora, la lucha de los sexos ya existía y el cuento también.

Por ello mi abuela les daba caña, les cantaba las cuarenta, porque las cosas entre mujeres se dicen mejor, son mas avispadas y saben de una sola mirada de que pie cojea una y la otra, y se cuentan las vergüenzas a puñaladas. Cuando llegan los maridos las sonatas vuelven a música celestial, se firma la tregua hasta el próximo encuentro; pero dentro de las almas sigue el revuelo de palomas. Después, musitaba mi abuela, hablando consigo misma: A mi nadie me ha regalado nada... que se pongan a trabajar... que si eran unas vagas y que ya, les iría bien un hombre que las enderezara, que más de una, necesitaba algo mas que un simple pellizco en las nalgas, y que los hombres son unos verdaderos calzonazos e idiotas que se dejan embaucar por las mujeres y no se dan cuenta de lo bien que les toman el pelo el sexo femenino, empezando por la propia mujer. Los hombres se pierden – continuaba diciendo-por las faldas, en vez de pensar con la cabeza.

Creo, querido Jordi, que poco ha cambiado, esto, lo de las faldas, porque, cabeza, si la tenemos, aunque nunca la usamos, también es cierto, o cuando la usamos es demasiado tarde y así nos va la vida trapera.

Si aprovecháramos el caudal de información que nos da nuestra madre, sabríamos mas de la mujer, para lo bueno y para lo malo. Evitaríamos muchas discordias y malos entendidos, pero para esto hay que saber escuchar, observar el mundo femenino empezando y recordando a nuestra madre, a nuestras abuelas y saber leer en libro de los sentimientos que se mezclan con los intereses. La vida es una parodia de buenos actores, descubrir que el mundo se mueve y gira de un modo muy diferente al que estamos acostumbrados a visualizar en el gran teatro de la vida. Hay que descubrir la esencia de las sombras y descubriremos otros pensamientos que nada tiene que ver con el amor, ni la pasión.

Como te decía, estimado Jordi, de vez en cuando me llevaba al cine. Pero antes debo decirte querido hijo, que durante la guerra, la última, la que se llama del 36, si, esto, la que ahora todo el mundo se ha vuelto loco pidiendo y revindicando la memoria histórica, para poner mas leña al fuego. Pues... déjame proseguir; como te comentaba, una bomba destruyó la casa de la calle Hospital, donde vivía, un sencillo piso de apenas sesenta metros con su cocina de carbón. Luego vino el gas que a través del contador, se introducía una moneda y se le daba una vuelta de llave y volvías a tener gas.

Como te decía, era un cuarto piso de estrechas y oscuras escaleras, sin ascensor. Hasta sus ochenta y nueve años, pisó aquellos peldaños gastados por el tiempo sin una queja.

Te hablaba del cine, ¿verdad hijo? A veces, pierdo el hilo. Sí, pero esto... Me llevaba al cine Padró, Céntrico o el Argentina, estaban cerca de casa de la abuela. Le gustaba el cine, el auténtico cine americano, las del “Oeste”, aplaudía a rabiar cuando veía al quinto de caballería en defensa de los débiles y acorralaban a los malos. De vez en cuando había un bebé que lloraba en brazos de su mamá. La gente gritaba que se fuera La madre replicaba que también había pagado entrada. Pero al final se iba al descansillo ante una la lluvia sonora de silbidos e insultos.

El cine cubría nuestras perspectivas infantiles de felicidad. Se podía comer, interminables bocadillos de tortilla de patatas, de salchichón o de mortadela.. Las palomitas interrumpieron mas tarde en la época de los culebrones televisivos.

Hacían dos películas a precio único y entre una y otra te ofrecían el NO-DO, documental político de la dictadura. La gente fumaba, comía y reía a carcajada. Yo, disfrutaba más, observando a la gente como reía, que la misma película, que solía cortarse justamente cuando había un beso apasionado, sensual, mítico entre los grandes actores del celuloide. Una lluvia de silbidos y pataleo volvían a salir del público revolucionado como un gallinero. Yo creo que allí salió el peor vocabulario del pueblo llano. Pero bueno, cuando podías ver el beso apasionado entre los protagonistas, la gente soñaba, soñaba y soñaba, incluso mi abuela... Francisca de Paula Concepción Magdalena Roda, sin tener necesidad de llevar los apellidos de la Damm.

Mi abuela, era previsora y con el dinero, tan difícil de conseguir, procuraba ahorrase mi entrada haciéndome pasar por un niño más pequeño de lo que era en realidad. Todo valía para no pagar entrada. Yo, querido Jordi, te cuento, que por aquel entonces, tu papá, tenía vello en las piernas como para hacer trenzas a las muñecas del Corte Inglés, pero mi abuela, ya con semblante serio, le decía al señor de la ventanilla que no tenía aún la edad para pagar, el cual respondía asombrado y con cierta duda, “ que estaba muy crecidito...” mientras un rubor me subía por el rostro. Mi abuela le replicaba...”si ahora son muy altos”... y dándome un empujón entrábamos deprisa, para introducirnos en la oscuridad y la magia de las fantasías.

Pero volviendo a tu bisabuela, quiero que la recuerdes que supo vivir, y conformarse con lo que le ofreció la vida, con dignidad, con mucha dignidad. En estos tiempos que corren, la dignidad es un sentido que brilla por su ausencia, es un bien escaso.



La foto superior corresponde al día de la boda de tu bisabuela con su marido, en la inferior la madre biológica con sombrero de pamela en compañía de su criada.


1 comentario:

Lembranza dijo...

fantástica historia de tu bisabuela Jordi, una vida llena de trabajo y poco ocio para que sus hijos pudieran comer y llegar a fin de mes. Un abrazo