Inteligencia emocional.
Hace días que no escribo. Es cuestión de la maldita depresión que va y viene. Uno hace lo posible para erradicarla, pero nada de nada. Nunca he creído en la depresión, dicen que los hombres la padecen menos en comparación a las mujeres o que, quien las tiene, no lo sabe o no reconoce que la tiene. Un poco de todo. Lo difícil en esta época que nos ha tocado vivir y las dificultades para muchos a sobrevivir, es comprensible, que tarde o temprano caigamos en las garras de la depresión. El ritmo de vida y el desbordamiento de nuestras emociones influyen en nuestras decisiones. El desequilibrio es consecuencia del desorden emocional. Queremos cosas que nunca conseguiremos y nos olvidamos de ser felices en el día a día con lo que tenemos.
Las escuelas, también son responsables de nuestras emociones, ya que no se enseña a ser felices. Las escuelas es un centro de egos frustrados que arrastramos desde la niñez.
Recuerdo años atrás, las empresas solicitaban ejecutivos con ansias de labrarse un gran porvenir y las empresas prometían un futuro maravilloso. Las tácticas empresariales nos venia de la mano de los americanos. Se hablaba mucho de “producción” y con remuneraciones que el mismo empleado se ponía sin tope. No tenia, horario de trabajo. Eran los mercenarios de la empresa. Luchaban por conseguir las cuotas de mercado que correspondía a su sueldo de muchos ceros. Yo tuve un jefe así. Cumplía el perfil que deseaba la empresa. Separado y con hijos, ambicioso, nivel alto, caprichoso y gastón.
Hoy, este perfil esta en desuso. Lo que prevalece es la inteligencia emocional. Antes era el guante de hierro y ahora es guante de seda. Pero los objetivos son los mismos. Luego de trabajar en una gran empresa, a los cinco años te echan y ya no sirves para nada. Ni siquiera, para recogerte el especialista de los nervios. Mi jefe anterior fumaba tres cajetillas de tabaco, tomaba siete u ocho cafés a lo largo del día. Esto si, disponía de un hermoso despacho en el mismísimo Paseo de Gracia de Barcelona y un chalet en la playa de Castelldefels. Mantener este estatus, es demencial. Pero a la empresa le interesaba. Nunca llegó a cumplir con la producción que le asignaba la empresa. Después de navidades y los buenos deseos de felicidad, se le volvía a establecer otra cuota y otro sueldo superior al anterior. Nunca llegaba. Seguía fumando sus cajetillas de tabaco, sus pastillas para el estomago y sus cafés. Era un buen hombre. No, no creo que llegara a viejo, pero, no supe mas de él. ¿Le sirvió de algo todo aquello que anhelaba?
Pero te estaba hablando de la depresión, mi querido hijo Jordi. Suelo levantarme temprano. Alrededor de la siete de la mañana. Animado en la mayoría de las veces. Tengo las espaldas anchas y lo soporto todo o casi todo. La ducha es un ritual cotidiano. Dejo resbalar el agua por mi cuerpo. Un poco caliente al principio, y así largos y largos instantes de placer, luego, el agua fría. Es un placer el agua. Mientras me ducho voy organizando mi mente por prioridades. Ordenando una escalera de preferencias del día. Y nadie me tiene que arrastrar para ir a la oficina.
Mi vecina es una mujer mayor o medio mayor. Casada dos veces con argentinos y viuda de todos ellos.. Lo que son las mujeres. Lo poco que les dura el marido a algunas. Claro que me confesó que padecía una enfermedad mental. No, no los argentinos, si no ella. También lo tiene sus dos hijos. Disfunción bipolar. Esto de la bipolaridad es complejo y muy serio. Es una mujer negativa y los hijos lo mismo. A veces me acribillan a preguntas o se quejan del viento, del sol, del calor o de la lluvia.. No hay nada que les guste. Nada. Pienso en los pobres argentinos. No quiero que me invada su negatividad. Ya tengo suficiente con mi depresión. A veces no la puedo evitar. De lejos me ve y empieza a mover los brazos como molinos de viento, en otras me mira de reojo y con ceño fruncido me observa con total desconfianza y empieza a desacreditar de izquierda a derecha cortando cabezas, soltando su larga lengua afilada y viperina. No es mala mujer. Son las jugarretas que le hace el cerebro. Ella, con sus genes y yo con mi depresión.
Se me fue el santo con esto de la inteligencia emocional. La mente tiene estas salidas. Piensa en una cosa y sales con otra, salvo que uno lo hago expresamente por oscuros deseos. Claro, la inteligencia emocional se basa en el equilibrio de reconocer y conocer nuestros sentimientos y saberlos llevar, también, con los sentimientos de los demás. Nos movemos por sentimientos o deberíamos movernos por sentimientos. Si nos moviéramos por sentimientos, viviríamos en un mundo feliz y de respeto con los demás. Nuestra sensibilidad como seres humanos deben estar basados en el sentir de las emociones. Seria formidable. El saber escuchar, comprender nuestras emociones y las de los demás es el factor más importante para el entendimiento y nuestras relaciones.
La sociedad de consumo sabe utilizar los sentimientos emocionales. A través de una imagen, a través de sugerente y estudiadas palabras. Es el mercado de las emociones en el contexto de mercado y del marketing. En la política se emplean los mismos resortes.
Déjame que te cuente querido hijo Jordi, que uno de los placeres de la vida es estar bajo la ducha como una efigie. Inmovilismo total. Quizás no lo valoramos suficiente por formar parte de la rutina diaria. Actuamos como robots y no nos han enseñado a disfrutar de estas cosas pequeñas y hermosas cosas, que nos rodean la vida. Una taza de café, un horizonte, la sonrisa de un niño, el andar de un anciano... olvidamos saborear un libro... que son parte de las emociones y parte de nuestra vida.
Ahora, pasa lo que pasa. ¡La crisis! El dinero, las hipotecas, el consumo, el trabajo... vivimos así, si esto es verdaderamente vivir.
Es bueno que las universidades se enseñaran otros valores para nuestros hijos que no se basaran en la competitividad. Que no se basara en el concepto de que tanto tiene tanto vales. Que la universidad enseñara los valores de los nuevos tiempos en el que vivimos. Que fuera más humanizada. Que fuera una fabrica de mentes libres y de entendimiento. Que el individuo sea equiparable a todos los individuos. Que se aprenda los valores de la nada comparable porque todos somos diferentes. En aceptar estas diferenciaciones. En valorar estas diferenciaciones. El saber vivir, con el sí y con el no. A saber convivir y a conocer y aceptar nuestras emociones y las emociones de los demás.
No te quiero ver, mi querido Jordi, fumando tres paquetes de tabaco, tomando media docena de cafés, competir por competir como si fueras un ente robotizado sin alma. ¿Sabes cuanta gente que vive en las ciudades no ha levantado su cabeza, durante años, para observar una simple estrella? ¿Sabes cuanta gente no ha observado las olas de una playa en pleno invierno? ¿Sabes cuanta gente no conoce el nombre de su vecino? ¿Sabes cuanta gente se olvida de dar un beso a su mujer cuando entra en casa? ¿Sabes cuanta gente llama, un día triste, a un día de lluvia? ... No sabemos, ni se nos enseñó a ser felices. Será cuestión de tomarlo en serio y que las universidades se dediquen a enseñar a ser felices. Yo me apunto.
Hace días que no escribo. Es cuestión de la maldita depresión que va y viene. Uno hace lo posible para erradicarla, pero nada de nada. Nunca he creído en la depresión, dicen que los hombres la padecen menos en comparación a las mujeres o que, quien las tiene, no lo sabe o no reconoce que la tiene. Un poco de todo. Lo difícil en esta época que nos ha tocado vivir y las dificultades para muchos a sobrevivir, es comprensible, que tarde o temprano caigamos en las garras de la depresión. El ritmo de vida y el desbordamiento de nuestras emociones influyen en nuestras decisiones. El desequilibrio es consecuencia del desorden emocional. Queremos cosas que nunca conseguiremos y nos olvidamos de ser felices en el día a día con lo que tenemos.
Las escuelas, también son responsables de nuestras emociones, ya que no se enseña a ser felices. Las escuelas es un centro de egos frustrados que arrastramos desde la niñez.
Recuerdo años atrás, las empresas solicitaban ejecutivos con ansias de labrarse un gran porvenir y las empresas prometían un futuro maravilloso. Las tácticas empresariales nos venia de la mano de los americanos. Se hablaba mucho de “producción” y con remuneraciones que el mismo empleado se ponía sin tope. No tenia, horario de trabajo. Eran los mercenarios de la empresa. Luchaban por conseguir las cuotas de mercado que correspondía a su sueldo de muchos ceros. Yo tuve un jefe así. Cumplía el perfil que deseaba la empresa. Separado y con hijos, ambicioso, nivel alto, caprichoso y gastón.
Hoy, este perfil esta en desuso. Lo que prevalece es la inteligencia emocional. Antes era el guante de hierro y ahora es guante de seda. Pero los objetivos son los mismos. Luego de trabajar en una gran empresa, a los cinco años te echan y ya no sirves para nada. Ni siquiera, para recogerte el especialista de los nervios. Mi jefe anterior fumaba tres cajetillas de tabaco, tomaba siete u ocho cafés a lo largo del día. Esto si, disponía de un hermoso despacho en el mismísimo Paseo de Gracia de Barcelona y un chalet en la playa de Castelldefels. Mantener este estatus, es demencial. Pero a la empresa le interesaba. Nunca llegó a cumplir con la producción que le asignaba la empresa. Después de navidades y los buenos deseos de felicidad, se le volvía a establecer otra cuota y otro sueldo superior al anterior. Nunca llegaba. Seguía fumando sus cajetillas de tabaco, sus pastillas para el estomago y sus cafés. Era un buen hombre. No, no creo que llegara a viejo, pero, no supe mas de él. ¿Le sirvió de algo todo aquello que anhelaba?
Pero te estaba hablando de la depresión, mi querido hijo Jordi. Suelo levantarme temprano. Alrededor de la siete de la mañana. Animado en la mayoría de las veces. Tengo las espaldas anchas y lo soporto todo o casi todo. La ducha es un ritual cotidiano. Dejo resbalar el agua por mi cuerpo. Un poco caliente al principio, y así largos y largos instantes de placer, luego, el agua fría. Es un placer el agua. Mientras me ducho voy organizando mi mente por prioridades. Ordenando una escalera de preferencias del día. Y nadie me tiene que arrastrar para ir a la oficina.
Mi vecina es una mujer mayor o medio mayor. Casada dos veces con argentinos y viuda de todos ellos.. Lo que son las mujeres. Lo poco que les dura el marido a algunas. Claro que me confesó que padecía una enfermedad mental. No, no los argentinos, si no ella. También lo tiene sus dos hijos. Disfunción bipolar. Esto de la bipolaridad es complejo y muy serio. Es una mujer negativa y los hijos lo mismo. A veces me acribillan a preguntas o se quejan del viento, del sol, del calor o de la lluvia.. No hay nada que les guste. Nada. Pienso en los pobres argentinos. No quiero que me invada su negatividad. Ya tengo suficiente con mi depresión. A veces no la puedo evitar. De lejos me ve y empieza a mover los brazos como molinos de viento, en otras me mira de reojo y con ceño fruncido me observa con total desconfianza y empieza a desacreditar de izquierda a derecha cortando cabezas, soltando su larga lengua afilada y viperina. No es mala mujer. Son las jugarretas que le hace el cerebro. Ella, con sus genes y yo con mi depresión.
Se me fue el santo con esto de la inteligencia emocional. La mente tiene estas salidas. Piensa en una cosa y sales con otra, salvo que uno lo hago expresamente por oscuros deseos. Claro, la inteligencia emocional se basa en el equilibrio de reconocer y conocer nuestros sentimientos y saberlos llevar, también, con los sentimientos de los demás. Nos movemos por sentimientos o deberíamos movernos por sentimientos. Si nos moviéramos por sentimientos, viviríamos en un mundo feliz y de respeto con los demás. Nuestra sensibilidad como seres humanos deben estar basados en el sentir de las emociones. Seria formidable. El saber escuchar, comprender nuestras emociones y las de los demás es el factor más importante para el entendimiento y nuestras relaciones.
La sociedad de consumo sabe utilizar los sentimientos emocionales. A través de una imagen, a través de sugerente y estudiadas palabras. Es el mercado de las emociones en el contexto de mercado y del marketing. En la política se emplean los mismos resortes.
Déjame que te cuente querido hijo Jordi, que uno de los placeres de la vida es estar bajo la ducha como una efigie. Inmovilismo total. Quizás no lo valoramos suficiente por formar parte de la rutina diaria. Actuamos como robots y no nos han enseñado a disfrutar de estas cosas pequeñas y hermosas cosas, que nos rodean la vida. Una taza de café, un horizonte, la sonrisa de un niño, el andar de un anciano... olvidamos saborear un libro... que son parte de las emociones y parte de nuestra vida.
Ahora, pasa lo que pasa. ¡La crisis! El dinero, las hipotecas, el consumo, el trabajo... vivimos así, si esto es verdaderamente vivir.
Es bueno que las universidades se enseñaran otros valores para nuestros hijos que no se basaran en la competitividad. Que no se basara en el concepto de que tanto tiene tanto vales. Que la universidad enseñara los valores de los nuevos tiempos en el que vivimos. Que fuera más humanizada. Que fuera una fabrica de mentes libres y de entendimiento. Que el individuo sea equiparable a todos los individuos. Que se aprenda los valores de la nada comparable porque todos somos diferentes. En aceptar estas diferenciaciones. En valorar estas diferenciaciones. El saber vivir, con el sí y con el no. A saber convivir y a conocer y aceptar nuestras emociones y las emociones de los demás.
No te quiero ver, mi querido Jordi, fumando tres paquetes de tabaco, tomando media docena de cafés, competir por competir como si fueras un ente robotizado sin alma. ¿Sabes cuanta gente que vive en las ciudades no ha levantado su cabeza, durante años, para observar una simple estrella? ¿Sabes cuanta gente no ha observado las olas de una playa en pleno invierno? ¿Sabes cuanta gente no conoce el nombre de su vecino? ¿Sabes cuanta gente se olvida de dar un beso a su mujer cuando entra en casa? ¿Sabes cuanta gente llama, un día triste, a un día de lluvia? ... No sabemos, ni se nos enseñó a ser felices. Será cuestión de tomarlo en serio y que las universidades se dediquen a enseñar a ser felices. Yo me apunto.
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