martes, 14 de diciembre de 2010

EL TERROR DE LA ARAÑA


El terror de la araña


Hace pocos días una intrépida e indolente araña apareció temerosa entre la pared y el techo de la habitación de mi hijo Jordi.

Era una araña de patas largas y cuerpo minúsculo e insignificante. Impávida, temerosa, apenas respiraba un aliento de movimiento. Al dar la luz se debió sujetar en la blanca pared, temiendo por su vida. Jordi, mi hijo, con su pijama de tambores estaba sentado exhorto y con mirada fija hacía el insecto que debía hacer lo posible para quedar desapercibido.

Son estas arañas que los niños las recogen con la palma de la mano con ardor ecológico para depositarlas en el jardín y que la madre naturaleza las cuide.

Pero en esta ocasión la madre naturaleza poco podía hacer por ella.

¡De pronto entró la mamá! Con su cesta de ropa... y se percató de tan temible animal. Así lo debió ver cuando exclamó, con un grito.¡Ah! ¡Una araña¡ Dios la que se armó! Llamó de inmediato a la infantería, sonaron las trompetas de guerra, se preparó la fusilería y todo los preparativos para exterminar de forma rápida y tajante tal fiereza de animal-insecto que se había osado entrar a la habitación de nuestro hijo.

Yo, diligente soldado como todo buen marido, me puse el casco de la infantería y con una escoba y subido a una silla tambaleante, intenté pelear cara a cara con tan terrible animal, salido vete a saber, de que oscuro mundo.

Estuve a punto de perder el equilibrio ante tanta insistencia de mi capitána para degollar al animal. Ya que ella, insistía que actuara con toda rapidez sin darse cuenta que en la guerra, uno debe realizar los preparativos necesarios para el ataque, no fuera que yo perdiera la batalla por la falta de estrategia. Debía tener cuidado con el enemigo. Observar todos sus movimientos para obtener el ansiado éxito. Al tener frente a mí, un animal de grandes proporciones, debía extremar todas las medidas, como era el caso. No era una tarántula, ni apenas una araña peluda, ni la araña negra, ni la araña de los rincones de Chile, No, no era nada de eso, pero era una araña terrible.

Así pues, estuve peleando incansablemente a la vez que mi capitana me gritaba para terminar con dicho elemento y después de arduos esfuerzos y sudores pude alcanzar al terrible animal quedando hecho añicos en el suelo, frente al coraje que yo como infante demostré en la lucha. No hubo mas bajas. Sólo un silencio lastimero llenó el espacio y una vocecita, de mi hijo Jordi, se escuchó detrás de mí diciendo: Dios creó así, a la mujer.

No hay comentarios: