miércoles, 3 de marzo de 2010

LOS ERRORES DE PAPÁ


LOS ERRORES DE PAPÁ

Los adultos nos enfrentamos día a día con errores que cometemos. Errores en la familia, en el trabajo, incluso comprando unos simples zapatos o unas manzanas nos equivocamos. Formamos parte de un mundo de errores. Los seres humanos somos así. Nos equivocamos continuamente. La vida acelerada tiene este desenlace, que más tarde, lamentamos o quizás no; si uno entiende el carrusel de la vida. Somos víctimas herederos de conocimientos, valoraciones y conceptos morales aprendidos desde nuestra infancia y, los recibidos a través de nuestros genes. Lo bueno y lo malo lo llevamos dentro.

Los errores no siempre se ven a simple vista. A veces tardamos unos minutos en darnos cuenta, o semanas, meses e inclusive años, bastantes años. O quizás, no lo sepamos nunca. Lo peor... ¡ah! Lo peor, son las consecuencias, consecuencias que nos pueden hacer sufrir a lo largo de muchos años. Pero no siempre, podemos escapar de este camino aparentemente al azar, lo aleatorio no es tal, porque la vida ya nos viene programada.

Uno de los errores que cometí y que no debe servir de ejemplo ni de experiencia, pues estos términos son intransferibles. La experiencia de unos no sirve para otros. Tú estimado hijo, seguirás avanzando no por la experiencia de tu padre, si no de las tuyas, de tus propios errores, que es lo que te dará para ir braceando, comprendiendo, entendiendo el sinuoso, en apariencia, camino de la vida.

Comprendí que aunque actúes de buena fe, como fue en mi caso, no sirve de nada mas, que para tener un poco tranquila la conciencia, ya es algo, que en la vida, cuando actúas con buena fe parece que estás en línea de flotación entre el bien y el mal.. Es el limbo... es un baluarte de positivismo. Pero el error persiste y puede persistir durante mucho... tiempo. Aprendí, hijo, que las personas nacen con unas tendencias marcadas, que estas tendencias son tan innatas en la persona que forman su personalidad y que el viento, la lluvia o una guerra nuclear, no variarán su modo y comportamiento de ser. Lo llevamos escrito en el libro de la vida de cada uno de nosotros. Intentar cambiar la personalidad es misión imposible; más sencillo es arrastrar una montaña con los dientes.

Intenté, vuelvo a recalcar, con las mejores intenciones y con la mejor voluntad, cambiar, pulir, enseñar, traspasar... mis conocimientos, mi moral y tantas cosas en la mujer que “pensé” podía convertir en una gran mujer, la que debía ser mi primera y única esposa. ¿Con quién mejor que compartir las enseñanzas, la experiencia enriquecedora con la compañera de tu vida? Fíjate, querido Jordi, que no he dicho, el “amor de mi vida,” ni siquiera la pasión de mi vida. Porque no tuve enamoramiento, Antepuse que la pasión y el amor vendrían mas tarde.

¿Era un juego? ¡No! Rotundamente no era un juego. No se puede jugar con las personas. Era un exceso de sinceridad conmigo mismo y un exceso de credibilidad, aunque en base errónea, pensé, que podía moldear a una persona, para compenetrarme mejor.

La persona en la que me casé, supo adaptarse con mucha rapidez a los cambios. Le enseñé a comportarse en restaurantes, a formar parte de un prestigioso club, a ver las cosas desde otra moral, a valorar... todo lo que nos rodea la vida del trabajo y de las relaciones humanas; del trabajo y del dinero; todo lo que envuelve a una pareja. A vestir con sencillez, dejando a un lado la altivez, los falsos orgullos... y tantas cosas, siempre con afán de una actitud valiente y positiva. Los cambios los asimiló con la suficiente lucidez e inteligencia.

Aprendió las cosas, como te digo, las cosas... buenas. Las que le podía beneficiarla, aunque, tampoco las aprovechó. Siempre mantuvo una línea de frialdad, como así eran, y formaban parte nuestras relaciones de pareja. Frialdad, sin pasión. Éramos como aquellas parejas que se soportan y viven mas pensando en el exterior y en el interés individual de cada uno. Así transcurrió el día rutinario, consumiendo su vida y la mía.

Cuando me percaté, y había comprendido mi error, llegué a la conclusión de que todo magisterio tiene unos límites y que no todo el mundo puede aceptar de buen grado los cambios en su personalidad. Aceptar unos cambios que van contra su persona, sean de índole física, mental o moral. Pero también, quien intenta cambiar a otra persona, aunque sea con buena intención, comete un delito- “El delito contra la libertad del individuo.” Las personas son como son y hay que aceptarlas o rechazarlas, con todo lo positivo que tienen y también, con toda su carga negativa.

La colmé de anillos, pendientes y varios; de brillantes, zafiros y rubíes... jamás me lo recompensó, ni con una simple sonrisa, ni con un simple beso, ni siquiera, apenas, se los puso. Esto si, los guardó, bien guardados. Compré una hermosa casa.. Llené su armario de abrigos de pieles... ni un beso, ni una sonrisa de gratitud. ¡Qué hermosa palabra, gratitud! Gratitud que nunca obtuve, ni siquiera cuando consentí y acepté adoptar una hija, que más tarde, ésta misma hija me denunció falsamente de malos tratos.

A partir de ahí, vinieron las complicaciones. Los problemas se agravaron con la llegada de la hija adoptiva. Se desataron tiempos de tormentas, tempestades y de huracanes... No fue, nada de lo que suele acontecer en los periódicos. No hubo gritos, peleas, insultos, amenazas. No, nada de esto. No hubo sangre, no hubo violencia. Pero hubo manipulación, egoísmo, intereses personales. Ella, obtuvo lo que la naturaleza le negó, una preciosa niña. Tampoco en este caso, me dio un beso o una sencilla muestra de agradecimiento. Mi hija me quería con locura y explotó la celosía de la otra parte, que empezó tejer con gran esmero, la alineación parental.

Un día, a media madrugada, mi, entonces esposa, me despertó y me dijo que ocupaba toda la cama. Lo que no era cierto. Trazó una línea imaginaria a lo largo de la misma, con su mano, diciendo que la mitad de la cama era suya. Aluciné, pues ya, para evitar malos entendidos ocupaba el extremo de la misma. Y para evitar contrariedades me cambié de dormitorio y pasé mis últimos nueve meses como si fuera un parto en una aislada habitación.

Ella, aprovechó la ocasión para poner un cerrojo, en lo que hasta aquel momento había sido el dormitorio conyugal, que bajo llave cerraba todas las noches. Esto sí, cerraba con un fuerte golpe de puerta, buscando quizás, lo que no pudo obtener: Violencia.

Las cosas no suceden nunca como quisiéramos que sucedieran. Ni piensas nunca que te van a dar una puñalada trapera pero sí, se desencadenó una lucha de detalles de baja intensidad que hieren mas que un puñetazo en pleno rostro. Me robó todo el dinero ahorrado de veinte años, me robó todas las joyas que tenía guardadas de tu abuela, querido Jordi, manipuló a la hija en contra mía. Llegaba a casa a las cuatro de la mañana con una amiga que hacía las funciones de Celestina. Llevaba desconocidos en mi propia casa en horas que ella sabia que estaba trabajando, escondió durante semanas los objetos más inverosímiles a lo largo de los rincones de la casa: un simple bolígrafo, unos discos, unas monedas, unas copas, en los lugares más insospechados, como pudiera ser los bajos de la cocina o entre sábanas. Incluso la comida escondía.

Contraté a un detective, y tras el seguimiento que realizó a mi esposa, llegó a la conclusión, basado en sus años de experiencia y buen oficio, que mi esposa, tenía una amante: su amiga la celestina.

Mas tarde fue declarada por el psiquiatra eclesiástico, como una mujer fría, calculadora, egoísta y psicópata. A dicha separación eclesiástica se opuso rotundamente desde el principio, señalando, que ella, se había casado por... amor.

Fuimos a juicio a sacar los trapos sucios delante de un juez jovencísimo. Algo mas de cuatro horas duró la batalla. La fiscal solicitó al juez que se me fuera entregada la guardia y custodia. El juez llamó a la niña y según él, era una niña muy madura. Eligió a la madre. Y la madre se quedó con la guardia y custodia por orden del joven juez y en contra de la opinión del fiscal. Mi hija no era madura, si el juez hubiera visto el historial escolar se habría dado cuenta. Pero hablando dos minutos con la menor fue suficiente para determinar su grado de madurez.

Un mes después hablé con mi hija. Aún no había sentencia. Le pregunté el porque había escogido a la madre. “”Mamá me dijo que si me iba contigo, tu no me dejarías jugar con mis amigas y además mamá se iría y no la volvería a ver jamás.”

Siguieron los malos vientos: Perdí a mi hija, la casa, perdí las joyas de mi madre, perdí mis objetos personales y privados de mi época de mi juventud, se me lo quedó. todo. No se cumplió nunca el régimen de visitas. Ni los jueces hicieron nada para impedirlo. Nada. Escribí al colegio de fiscales. Nada. Removí como todo padre... Hasta que me di cuenta que todo era una perdida de tiempo y dinero.

Meses mas tarde, querido Jordi, la hija me denunció de falsos malos tratos. Pedí a la jueza protección. Se jactó. Recuerdo sus palabras: ...estirando del hilo llegaremos al ovillo... Nunca llegó al ovillo, pero tampoco estiró el hilo para saber quien era la verdadera causante de dicha infamia, de la falsa denuncia de malos tratos. En un pequeño despacho quedó desmontada la artimaña que se tejió contra tu padre. Había el abogado de ella, mi abogado, una fiscal y la jueza. Apenas abrieron la boca. Me absolvieron de aquella manera tan poco diplomática como injusta: Archiven el caso. No buscaron culpables de la mentira y a mí me humilló mi hija, mi ex esposa aún se recochinea. La jueza y la fiscal se encuentran bien, gracias a Dios.

Meses después la hija, “observa hijo que no digo mi hija,” vino a verme, o venía a verme en cortas visitas de un minuto suficiente para pedirme dinero. Un día pregunté porque me había denunciado de malos tratos. La respuesta: Me lo dijo mamá.

La hija venía a visitarme como presa fácil para pedir dinero. Ya no era la misma. Empleaba un lenguaje humillante a mis oídos. Puso trabas a mi huevo matrimonio. Insultó a mi esposa. Jamás se le ocurrió pensar en disculparse por aquella denuncia de malos tratos.

El tiempo transcurrió y un día quise hacer lo que la justicia me obligó a ser. Me obligó a ser un mal padre. La verdad, es lo más fácil el mundo. Quise ser un mal padre. Quise que la sociedad me viera como un padre que no tiene extrañas. ¡Este soy yo! ¡Soy, por fin, un mal padre!

¿Qué cómo lo conseguí? Fácilmente. Aprovechando una de aquellas esporádicas visitas de la hija, pidiendo dinero, le dije que se olvidara, que yo no era su padre, que no estaba dispuesto a ser su padre. Que yo, no tenía ninguna hija y que no deseaba verla ninguna otra vez en mi vida. ¿Verdad, Jordi, que soy un mal padre?

Hay mucha cosa que omito. ¿Para que? La vida sigue su curso. El tiempo no siempre cura las heridas. Durante años he sufrido el silencio y la incomprensión. Pero no siempre se puede luchar contra la corriente. No se puede hacer el papel de cineasta heroico. La vida es más sencilla y los seres humanos nos movemos con unos resortes predeterminados que no siempre funciona como deseamos.

No confundas querido Jordi, la pasión con el amor. El amor se hace día a día. No nos casamos enamorados, pero podemos estar enamorados con el tiempo, al compartir y convivir juntos... pero, cuando uno empieza amar, mas que ser amado, ya empieza a abrirse las puertas del infierno y el amor puede quedar contaminado de desesperanza y falta de reciprocidad. La ingratitud y el egoísmo son factores destructivos que corroen la vida en pareja, destruyen los cimientos del alma humana. El amor es y debe ser recíproco.

1 comentario:

ROCIO dijo...

Imposible contestar aquí tantas cosas que expresas a tu hijo que supongo tuviste con tu mujer antes de adoptar a la niña.

Muy complicado, injusticias y odios desatados en quien pensamos que nos quiso.

He sufrido en mis carnes mucho de eso y estoy curanda pero con un hijo lejos de mí ¿que te parece? no es algo exclusivo de padres.

En fin daria para mucha conversación, la única conclusión que yo saqué es vivir vivir y despues vivir.

Cordialmente.

Rocío

http://mrociorc.blogspot.com/