sábado, 20 de marzo de 2010

LA CHAQUETA ANDORRANA


La chaqueta andorrana



Hace tiempo, no sé cuanto, que importa. Tenía necesidad de actualizar mi ropero. Entre las prendas que precisaba era una americana veraniega. Mi trabajo requería tener una americana nueva y de cierta actualidad, pues las otras habían franqueado la barrera del siglo.

Suelo ser bastante conservador y guardo hasta mis corbatas de colegial, incluso las de cordón con terminaciones metálicas, con su chapa decorativa para anudarse correctamente. Y otras prendas, como las americanas. Me cuestan desprenderme de ellas, aunque algunas están en el olvido esperando el día y el año que me las vuelva a poner, lo que no sucede casi nunca. Uno engorda o enflaquece por naturaleza y vuelve a recuperar aquella prenda casi olvidada. De esto saben mucho las mujeres que son especialistas en guardar, para mas adelante, combinar, y con gusto, colores y estilos. Pero los hombres, al menos yo, sin una mujer al lado, que nos oriente, no somos nada.

Cuando uno tiene madre, las cosas de la ropa se ordenan bien y se coordinan con encanto; pero por ley de vida, cuando nos abandona, notamos a faltar aquel detalle, aquel toque que nos hace diferentes. La esposa, la buena esposa cumple el vacío de la madre; ambas utilizan el mismo lenguaje, cuando con rostro serio, exclaman alarmadas, como si el mundo se hundiera y con mirada inquisidora: ¿No se te ocurrirá salir así? O ¿no se te ocurrirá ponerte esto? Por el simple hecho de probarte, aquellos téjanos de tu juventud y por cuestiones evidentes de carnes, ya no entra ni con calzador y si lo consigues, bien, pareces un torero con traje de luces y con los testículos bien prietos a un lado. Eso sí, los pantalones de mi juventud le vienen bien y a la perfección, a mí estimada esposa.

Me olvidaba, estaba hablando de la americana, mejor dicho de la chaqueta, que más da, chaqueta o americana. Lo importante, decía que tenia necesidad de actualizar mi ropero ¿verdad que decía esto, mi querido Jordi? Sigo. Entonces aprecié una hermosa americana-chaqueta puesta en el cuerpo de mi hermano. Estaba formada de cuadros azules de varias tonalidades. Estaba de moda. La adquirió en un establecimiento de Andorra. Según me contó, le hicieron un pequeño descuento, por tener una inapreciable tara, además de ser, la última que quedaba en la tienda.

Mi curiosidad forjó que le preguntara cuanto le costó, con tara incluida y de contrabando, pues no creo que la declarara en la frontera, (¿por una simple americana quién diría algo?). Ah, si, se me olvidaba, lo del precio, fueron seiscientos €uros, tara incluida. Cantidad nada apreciable para mi hermano.

Para mí, seiscientos €uros era demasiado. Con tal cantidad de dinero se podrían comprar veinte americanas. Pensé yo.

Mi esfuerzo se halló recompensado con facilidad, pues, encontré en un mercadillo de Barcelona, la misma americana y sin tara por –treinta €uros. Ni más ni menos. El mismo corte, el mismo estampado, los mismos tonos, una preciosidad.

Al día siguiente, salí con mi americana de los treinta €uros, tan orgulloso que parecía un pavo real. Incluso me hice el encontradizo con mi hermano para mostrarle mi flamante americana-chaqueta, recientemente adquirida. Por supuesto que le dije el precio. No faltaba mas. Y necesidad de ir a comprarla a Andorra.


Mi hermano seguía usando su americana de los seiscientos €uros y yo la mía, de treinta. Reconozco que la mía tuvo una vida útil, muy corta, tan corta que su elegancia había desaparecido el mismo día que me la puse por primera vez y a medida que la iba utilizando fue perdiendo su frescura y su entereza, se descosía, se agrandaban los bolsillos y se deformaban las hombreras... La de mi hermano estaba impecable, durante meses, durante años...que te voy a contar mi querido hijo Jordi. A veces es mejor comprar una americana con tara, pero a veces también faltan los seiscientos €uros.

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