jueves, 4 de febrero de 2010

LA PORTERA


LA PORTERA


Las porteras han desaparecido, apenas quedan unas pocas. Ahora, son hombres quienes ocupan su lugar y se les llaman conserjes.

Las porteras de antaño, vivían y hacían su trabajo en el mismo edificio. Guardaban el paso de la gente, interrogaba a los desconocidos y les preguntaba a qué piso iban, porqué y para qué. Barría la escalera, los patios, guardaba el correo, paquetes, en fin una ama de llaves, al servicio de todos y para todos. Esto sí, se les pagaba una cantidad, muchas veces irrisoria y voluntariosa de los propios vecinos. Estaba siempre a disposición de la comunidad, durante las veinticuatro horas. En la actualidad ya no existen porteras para todo y para todas las horas.

En casa de mi abuela, había portera. Una portera algo mayor, entrada de carnes, con un rostro de piel blanca y muy regordeta, de rostro y de cuerpo. Sus piernas eran pilares de cemento armado para sostener aquel cuerpo vigoroso y fuerte, macizo y lleno, de anchas caderas. Era, la señora Consuelo.

Cuando iba a visitar a mi abuela, saludaba la portera; siempre la veía planchando o cocinando o fregando. A veces la pillaba en plena comida junto a su esposo. Un hombre mas bien famélico y discreto, pulcro y cortés y poco hablador si la comparamos con su esposa. Trabajaba en una fábrica, vete a saber, después de tantos años, de qué. Los dos eran unas bellísimas personas, abiertas y de buen carácter. La mujer, como todas las porteras, con sus chismorreos. Lo sabia todo, de todo; claro está, de la vida de los vecinos, y a todos les tenía que contar alguna historia mientras barría o fregaba. Historias interminables que se repetían todos los días, todas las semanas, todos los meses. La Consuelo era mucha Consuelo.

La portera era el alma de los vecinos. No se podía entender la vida sin ella, servicial y atenta, siempre limpiando, fregando. Donde todo quedaba en un ambiente de un intenso olor a lejía.

Recuerdo que siempre llevaba la misma bata azul con flores blancas. A veces, en los encuentros esporádicos, me daba dos sonoros besos que estrellaba en mis pálidos mofletes, dejándome descompuesto ante tanta envergadura y sus fuertes abrazos. No tuvo hijos, quizás fuera yo, uno de estos muchachos que le hubiera gustado tener y el destino no quiso darle. Vete a saber.

Mis estudios impidieron visitar a mi abuela durante unos años. Pero cuando lo hice, me quedé con ella durante un mes de mis vacaciones escolares. Encontré la portera. La señora Consuelo. No era la misma. Ya no me reconoció. Me acerqué y le devolví aquellos besos que tan prodigiosamente me había dado en mi infancia. No hizo ningún ademán. Su mirada perdida lo decía todo en su lenguaje corporal. Estaba postrada en una hamaca, con el cabello blanco y lacio. Sus carnes habían desaparecido. Todo era un conjunto de piel apergaminada que dejaba ver las sinuosidades de sus huesos. Un cáncer se había apoderado bestialmente de aquel cuerpo macizo y lo convirtió en nada. Sus gritos de dolor, potente, desgarrador, se dejaba oír en toda la escalera. Su mente se había transformado como su cuerpo, llegando muchas veces a insultar a su marido o no recordándolo quien era. En otras, le decía que no sabia hacer nada, que no servía para nada, que era un inútil... Aquel hombre trabajaba todos los días de sol a sol para cuidarla, vigilarla, la bañaba... ya sin fuerzas, le cambiaba la ropa, hacía la comida y le daba de comer en la boca. Limpiaba la escalera, el patio con olor a lejía y guardaba silencio, un eterno y doloroso silencio de sufrimiento, mientras se oía la voz, casi de muerto, de la mujer increpando al marido a gritos. Así vivieron, arrastrando la enfermedad, durante varios meses, quizás algún año que otro, hasta que un día, el marido, murió. Murió sin hacer ruido, en silencio.

No supe nada mas de la mujer. Quizás fuera ingresada en un hospital y muriera poco después. Pero recuerdo aquellos sonoros besos en mis mofletes. Y su marido partió, antes que ella, en silencio.

miércoles, 3 de febrero de 2010

EL SUICIDIO Y EL AMOR


EL SUICIDIO Y EL AMOR.


Existe un tema tabú, donde se disfraza el tema del suicidio. En los periódicos no se pone que fulano de tal se ha suicidado por un divorcio, que de estos hay muchos, o por la persecución de Hacienda, o por ruina o por amor. Simplemente, se llega a comentar, erróneamente, que menganito de tal perdió el juicio. Otros comentarios reflejan que el suicidio es de cobardes o que perdió el sentido y objetivo de la vida.

Tuve un amigo de la infancia. Hubo una época en que nos veíamos mas a menudo que en otras. Estudiamos juntos desde los siete años y seguimos viéndonos en la edad adulta. Él tuvo novia y yo también y los domingos salíamos los cuatro. Un día, dejé la mía. No quería engañarla y hacerla perder el tiempo conmigo. Era una joven hermosa de Burgos y de buenas costumbres. Siempre la respeté como un verdadero caballero, de los de antes. Mi amigo estaba enamorado de mí... media novia. Se intentó que se enamorara de él. Fue un fracaso. Mi media naranja no quiso salir con él, si no era conmigo. Las cosas se torcieron.

Un día nos encontramos y me comentó la verdad. Que salía con aquella chica, la suya,pero que no le gustaba. La dejó. Pasaron los años y se enamoró locamente de una rubia. Fui a su boda en un pueblo de la Costa Brava, tuvieron dos hermosas hijas. Pasó el tiempo, pasaron los días, pasó la pasión y la llama se apagó.

Nos seguimos viendo. Era un buen muchacho y conocía sus debilidades, conocía sus luchas pasionales. Teníamos aquellas conversaciones francas que tienen dos amigos que se conocen desde la infancia. Tenía el alma inquieta. Buscaba algo que nunca encontró, ni con la rubia, su esposa, ni con ninguna otra mujer. Siguió navegando río abajo en aguas turbulentas. Su mujer le ayudó económicamente y moralmente, entendía a su marido, quizás le pasara lo mismo a ella. Él seguía buscando la llama que le hiciera vivir, este fuego que volviera a renacer. Su esposa sufría en este amor no correspondido. Le ayudo en todos los sentidos como ninguna mujer lo hubiera hecho. Él siguió con su locura interminable. Buscaba algo inexistente, algo imposible. Buscaba entender la vida, entender la muerte sin vida, entender la soledad.

Él, mi amigo, no sabía que en el amor, siempre hay uno que ama mas que el otro. Siempre hay uno que recibe amor y el otro lo da. Uno se entrega y sufre, el otro no. Uno es el actor sufriente, el que ama de verdad, el que se ofrece de cuerpo y alma. El otro recibe, estático que pase el tiempo, no hace da mas que seguir la rutina de ver crecer a los hijos. Él descubrió que la pasión no es el amor. La pasión es primavera en flor que la misma naturaleza lo condena a la autodestrucción, a la soledad absoluta que llega en el cruel otoño. El ciclo de la vida se compone de creación y destrucción. Nadie se salva. El ser humano se ve empujado a creer algo que no existe. La pasión se confunde con el amor. La pasión por si sola es egoísta, satisfactoria, vengativa, posesiva, vulnerable y destructora.

Mi amigo, al final se dio cuenta que la pasión nos lleva a un simple contrato de compra y venta entre dos almas que jamás se amarán. Fundirán egoísmos, aparentarán, sufrirán y andarán cogidos de la mano, pero no se amaran. La naturaleza los obliga a satisfacer sus pasiones en un cuarto oscuro, donde todo es posible, todo es aceptable, pero nunca se amaran. Amar, es otra cosa bien distinta, quizás quimérico e inexistente.

Mientras mi amigo recorría las calles de Barcelona y los pueblos de la Costa Brava, buscando, aquella llama que le hiciera vivir, descubrir que valía la pena de seguir viviendo y luchando por una mujer. En su camino, encontró muchas, de todos los colores y nacionalidades, altas, bajas, delgadas, separadas, divorciadas... con y sin dinero. Sin embargo ninguna cumplía los requisitos que anhelaba de ternura, de amor, de consuelo... Buscaba el amor platónico inexistente entre dos almas. En todas veía el egoísmo, el sálvase quien pueda, el orgullo, la revancha, el desquite, la inseguridad. Eran hermosas mujeres de primavera, pero mi amigo encontró las sombras de esta misma primavera. Veía la pasión, pero no el amor. Descubrió el interés, pero no el amor, descubrió la pasión, pero no la llama.

Hombres y mujeres estamos condenados a esta soledad, porque el amor, es simplemente un sueño de la naturaleza, un sueño del Creador.

Al fin, entendió que la naturaleza nos hizo a sí, flor y destrucción para terminar en el destierro de la soledad.. La incomunicación de la soledad... la soledad, una soledad donde el individuo se enfrenta día a día. Mi amigo descubrió que contra la naturaleza no se puede luchar; descubrió que los mismos animales se autodestruyen. Descubrió que los humanos están sujetos a esta ley reciproca de la autodestrucción. Antes que esta naturaleza lo destruyera... se suicidó.

No fue un cobarde.